En sólo tres meses, hemos pasado de inaugurar nuevos equipamientos de salud, a culpar a la sanidad pública de los números rojos de la Generalitat de Catalunya. De cortar cintas, a recortar gasto sanitario.
Las afirmaciones de algunos consellers del nuevo Govern acusando al sistema sanitario de la deuda actual no son ni exactas ni justas. ¿Acaso el despliegue de los Mossos d'Esquadra, la sexta hora en la educación primaria o el desdoblamiento de carreteras estrenadas hace sólo una década no han contribuido a aumentar el déficit público?
Nadie puede poner en duda la calidad de la sanidad catalana, la mejor valorada del Estado. La excelencia de nuestro modelo de salud se ha conseguido gracias al sobreesfuerzo de sus profesionales que, a pesar de las deficiencias del sistema y la falta de inversión, han podido sostener un servicio de alta calidad.
Si ahora la respuesta a una sostenibilidad frágil pasa por recortar el presupuesto sanitario, corremos el riesgo de perder calidad asistencial y esta pérdida podremos tardar varias generaciones en recuperarla.
Tenemos un sistema hipertrofiado, excesivamente burocratizado, con un entramado administrativo y empresarial muy complejo, donde la voz del médico no tiene espacio para ser escuchada. Hay que reorganizar el sistema, pero se debe hacer con una hoja de ruta clara que identifique las necesidades sanitarias a medio y a largo plazo, sin interferencias partidistas o electoralistas.
Es la hora del seny, de actuar con calma y de contar con la participación del médico –el agente imprescindible para ejecutar la planificación sanitaria– para que las generaciones futuras puedan heredar la sanidad que ahora disfrutamos.