A finales de 2016, cerca de 165.000 personas estaban en lista de espera quirúrgica, un 5% más que el año anterior. A pesar de este aumento, el tiempo de espera se ha reducido y esto es un avance notable que, en caso de mantenerse durante los próximos años, acabará comportando una reducción de las demoras hasta un punto razonable. Si nos fijamos en las consultas al especialista, la lista se ha acortado un 19% y el tiempo de espera ha pasado de 163 a 152 días, un 7% menos.
Respecto a la espera para las pruebas diagnósticas, el número de pacientes ha bajado un 7%, pero el tiempo de espera ha aumentado de 71 a 85 días, un 20% más. Del análisis de estos datos, que debemos dar por buenos a pesar de las quejas de falta de fiabilidad y transparencia que hace gente conocedora del tema, se puede concluir que lo más importante no es la cantidad de personas en lista de espera, sino el tiempo que alguien tiene que esperar una vez hecha la petición de la prueba diagnóstica, la visita para el especialista y, finalmente, la indicación quirúrgica. Así pues, es en las pruebas diagnósticas donde tenemos el atasco, porque a pesar de que el número de pacientes ha disminuido, el tiempo de espera se ha alargado.
Según el Departament de Salut, los objetivos para este año son la reducción en un 50% del tiempo de espera para las pruebas diagnósticas y las visitas al especialista y la disminución de un 10% del número de pacientes que esperan una intervención quirúrgica. Vista la evolución de 2016 y teniendo en cuenta que el presupuesto destinado a alcanzar estas metas será de 57 millones de euros, hay que pensar que, como mínimo, la tendencia a mejorar el tiempo de espera seguirá el mismo camino. El punto negro, negativo se mire por donde se mire, es que un 25% (11 millones) proviene de la amputación del ya escaso y raquítico presupuesto para investigación. Cabe señalar que con esta política amputamos el futuro, el progreso, la ilusión y el estímulo para los jóvenes investigadores formados en el país, que todavía se verán más empujados a buscar tierras más sensatas, más acogedoras, y con más visión de futuro.
En este caso, el conseller de Salut, Antoni Comín, lo tiene harto complicado. Si preserva o aumenta el presupuesto para investigación, pone en peligro la totalmente necesaria reducción de las listas de espera y si lo disminuye, como ha decidido hacer, mutila el porvenir de muchos jóvenes con talento, decapitando el progreso de conocimiento que cualquier país debe cultivar con cuidado. ¿Tiene alguna solución este callejón sin salida? Sí, todo es una cuestión de presupuesto. Con un aumento del 7,5% del presupuesto global de la Generalitat, no hubiera sido razonable que a Salut le correspondiera al menos el mismo porcentaje de incremento? Con este dinero de más, legítimo en un Govern que se apresura a destacar su gran sensibilidad social, el problema estaría resuelto, al menos en gran parte, y se habría tomado la dirección correcta para los próximos años. Pero el conseller no lo ha conseguido. Habría que convencerlo, porque, de lo contrario, la sanidad pública mantendrá el actual deterioro que acabará instalándose como parte estructural del sistema.